Un Blog de Elizabeth Conte Chassin-Trubert

miércoles, 13 de noviembre de 2013

AQUÉL




Vincent Van Gogh (1853-1890). Pintor holandés.




Oh días consagrados al inútil
empeño de olvidar la biografía
de un poeta menor del hemisferio
austral, a quien los hados o los astros
dieron un cuerpo que no deja un hijo
y la ceguera, que es penumbra y cárcel,
y la vejez, aurora de la muerte,
y la fama, que no merece nadie,
y el hábito de urdir endecasílabos
y el viejo amor de las enciclopedias
y de los finos mapas caligráficos
y del tenue marfil y una incurable
nostalgia del latín y fragmentarias
memorias de Edimburgo y de Ginebra
y el olvido de fechas y de nombres
y el culto del Oriente, que los pueblos
del misceláneo Oriente no comparten,
y vísperas de trémula esperanza
y el abuso de la etimología
y el hierro de las sílabas sajonas
y la luna, que siempre nos sorprende,
y esa mala costumbre, Buenos Aires,
y el sabor de las uvas y del agua
y del cacao, dulzura mexicana,
y unas monedas y un reloj de arena
y que una tarde, igual a tantas otras,
se resigna a estos versos.






De: La cifra (1981)



Jorge Luis Borges


viernes, 4 de octubre de 2013

ALGUIEN



Gustave Doré (1832-1883). Pintor e ilustrador francés. Paraíso.





Un hombre trabajado por el tiempo,

un hombre que ni siquiera espera la muerte

(las pruebas de la muerte son estadísticas

y nadie hay que no corra el albur

de ser el primer inmortal),

un hombre que ha aprendido a agradecer

las modestas limosnas de los días:

el sueño, la rutina, el sabor del agua,

una no sospechada etimología,

un verso latino o sajón,

la memoria de una mujer que lo ha abandonado

hace ya tantos años

que hoy puede recordarla sin amargura,

un hombre que no ignora que el presente

ya es el porvenir y el olvido,

un hombre que ha sido desleal

y con el que fueron desleales,

puede sentir de pronto, al cruzar la calle,

una misteriosa felicidad

que no viene del lado de la esperanza

sino de una antigua inocencia,

de su propia raíz o de un dios disperso.



Sabe que no debe mirarla de cerca,

porque hay razones más terribles que tigres

que le demostrarán su obligación

de ser un desdichado,

pero humildemente recibe

esa felicidad, esa ráfaga.



Quizá en la muerte para siempre seremos,

cuando el polvo sea polvo,

esa indescifrable raíz,

de la cual para siempre crecerá,

ecuánime o atroz,

nuestro solitario cielo o infierno.






De: El otro, el mismo (1964)





Jorge Luis Borges

jueves, 12 de septiembre de 2013

EL AMENAZADO







 
Edward Coley Burne-Jones ( 1833 – 1898). Pintor inglés. 




Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.

         Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz. La her-

mosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única. ¿De qué

me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras, la vaga erudición,

el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus

mares y sus espadas, la serena amistad, las galerías de la Biblioteca, las

cosas comunes, los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra mi-

litar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?

         Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.

         Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se levanta

a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas,

pero la sombra no ha traído la paz.

         Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espe-

ra y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.

         Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.

         Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.

         Ya los ejércitos me cercan, las hordas.

         (Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)

         El nombre de una mujer me delata.

         Me duele una mujer en todo el cuerpo.









De: El oro de los tigres (1972)



Jorge Luis Borges


domingo, 4 de agosto de 2013

AL TRISTE




Arnold Böcklin (1827, - 1901,). Pintor suizo. Ulises y Calipso, 1883.
        


        Ahí está lo que fue: la terca espada
del sajón y su métrica de hierro,
los mares y las islas del destierro
del hijo de Laertes, la dorada
luna del persa y los sin fin jardines
de la filosofía y de la historia,
el oro sepulcral de la memoria
y en la sombra el olor de los jazmines.
Y nada de eso importa. El resignado
ejercicio del verso no te salva
ni las aguas del sueño ni la estrella
que en la arrasada noche olvida el alba.
Una sola mujer es tu cuidado,
igual a las demás, pero que es ella.



De: El oro de los tigres, 1972



Jorge Luis Borges