Convencidos de caducidad
por tantas nobles
certidumbres del polvo,
nos demoramos y bajamos la
voz
entre las lentas filas de
panteones,
cuya retórica de sombra y
de mármol
promete o prefigura la
deseable
dignidad de haber muerto.
Bellos son los sepulcros,
el desnudo latín y las
trabadas fechas fatales,
la conjunción del mármol y
de la flor
y las plazuelas con
frescura de patio
y los muchos ayeres de la
historia
hoy detenida y única.
Equivocamos esa paz con la
muerte
y creemos anhelar nuestro
fin
y anhelamos el sueño y la
indiferencia.
Vibrante en las espadas y
en la pasión
y dormida en la hiedra,
sólo la vida existe.
El espacio y el tiempo son
normas suyas,
son instrumentos mágicos
del alma,
y cuando ésta se apague,
se apagarán con ella el
espacio, el tiempo y la muerte,
como al cesar la luz
caduca el simulacro de los
espejos
que ya la tarde fue
apagando.
Sombra benigna de los
árboles,
viento con pájaros que
sobre las ramas ondea,
alma que se dispersa entre
otras almas,
fuera un milagro que
alguna vez dejaran de ser,
milagro incomprensible,
aunque su imaginaria
repetición
infame con horror nuestros
días.
Estas cosas pensé en la
Recoleta,
en el lugar de mi ceniza.
De: Fervor de Buenos
Aires, 1923
Jorge Luis Borges