JUNIO, 1968
EN la tarde de oro
o en una serenidad cuyo
símbolo
podría ser la tarde de
oro,
el hombre dispone los
libros
en los anaqueles que
aguardan
y siente el pergamino, el
cuero, la tela
y el agrado que dan
la previsión de un hábito
y el establecimiento de un
orden.
Stevenson y el otro
escocés, Andrew Lang,
reanudarán aquí, de manera
mágica,
la lenta discusión que
interrumpieron
los mares y la muerte
y a Reyes no le degradará
ciertamente
la cercanía de Virgilio.
(Ordenar bibliotecas es
ejercer,
de un modo silencioso y
modesto,
el arte de la crítica.)
El hombre que está ciego,
sabe que ya no podrá
descifrar
los hermosos volúmenes que
maneja
y que no le ayudarán a
escribir
el libro que lo
justificará ante los otros,
pero la tarde que es acaso
de oro
sonríe ante el curioso
destino
y siente esa felicidad
peculiar
de las viejas cosas
queridas.
De: Elogio de la sombra (1969)
Jorge Luis Borges
2 comentarios:
Al leer a Don Jorge Luis Borges, me pasa lo mismo como cuando leo a Gonzalo Arango (Poeta fundador del Nadaismo). Aunque están en esquinas literarias opuestas, donde uno es un inquieto demiurgo creador de mundos paralelos y el otro un dios rebelde inconforme, siento que cada quien (aún después de muertos), escriben cada día mejor, tienen la virtud de Carlos Gardel, que también igual después de muerto, cada día canta mejor.
¡Excelente blog, es una maravilla! ¡saludos!
Jorge Luis Borges es mi faro literario y en cuanto a Gonzalo Arango, precisamente mañana pienso publicarlo en Las Voces del Silencio, es un poeta que me ha cautivado.
¡Un abrazo!
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