El
hemisferio austral. Bajo su álgebra
de
estrellas ignoradas por Ulises,
un
hombre busca y seguirá buscando
las
reliquias de aquella epifanía
que
le fue dada, hace ya tantos años,
del
otro lado de una numerada
puerta
de hotel, junto al perpetuo Támesis,
que
fluye como fluye ese otro río,
el
tenue tiempo elemental. La carne
olvida
sus pesares y sus dichas.
El
hombre espera y sueña. Vagamente
rescata
unas triviales circunstancias.
Un
nombre de mujer, una blancura,
un
cuerpo ya sin cara, la penumbra
de
una tarde sin fecha, la llovizna,
unas
flores de cera sobre un mármol
y
las paredes, color rosa pálido.
De: Los conjurados (1985)
Jorge Luis Borges
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